Monólogo Nana de Julieta
Mi niña Julieta cumplió catorce años en la víspera de San Pedro, y catorce dientes daría si pudiera regresar el tiempo y evitar perderla.
No
me miren con sus ojos curiosos, yo fui quien lo perdió todo en esta historia.
Julieta era todo lo que me quedaba. Era mi luz, era mi hija. ¡Yo le di pecho! Y
la querida niña se volvió mi todo desde que perdí a mi hija Susana…ellas eran de la misma edad…
Dios
tenga en gloria a todas las almas cristianas, tengan piedad de mí, también
perdí a mi marido. Él fue un hombre alegre, aún recuerdo los tiempos felices,
aún añoro ese pasado que ya no volverá.
Fue
en un momento muy duro, la vida se ensaña con sus hijos…verán, hace once años
vivimos un terremoto terrible y me acuerdo que desteté a Julieta ese mismo día,
porque tenía heridas muy dolorosas y tuve que calmarlas con hojas de acíbar y
ruda. La niña ya era muy grande, ya caminaba como para seguirle dando pecho,
pero yo la quería tanto que no me atrevía a quitárselo hasta que ya no aguanté…
ese día, vaya que tengo buena memoria, mis patrones se hallaban de viaje en
Mantua.
Estábamos
en el palomar y Julieta probó mi pecho
iracunda y me hizo un berrinche cuando le pareció amargo, comenzó el terremoto
enojada, se echó a correr huyendo del temblor y de mí.. En ese momento me dio
miedo pensar que en el futuro de verdad se iría de mi lado. Se cayó la pobre, se rompió la frente, mi
marido la levantó y cargó y le dijo riendo ¿te dejas caer de narices? Cuando
tengas más inteligencia te dejarás caer de espaldas ¿verdad Julieta? Ella dejó de llorar y respondió que sí. Ahí
supe que tenía temple.
Ese
episodio nunca se me olvidará, esa sonrisa que tuvo fue de las más hermosas que
he visto en mi vida.
¿Saben?
Yo solo ansiaba vivir lo suficiente para verla casada, y logré mi deseo a un
precio muy caro, a un precio de leche y hiel. Mi alma está desgarrada aunque sé
que el poco tiempo que le duró su matrimonio con Romeo fue dichosa. Yo quería
verla en vida de casada rozagante y fresca y porque no, al menos engordando un
poco, las mujeres siempre engordan por medio de los hombres.
Mi
sueño era que Julieta buscara amor verdadero, no la vida gris que su propia
madre tenía, al lado de un hombre que no amaba, por eso fui su alcahueta y
busqué a Romeo en secreto. Yo quería para ella noches felices para sus felices días.
Era un magnifico tesoro el que yo críe, hermosa, amable,
prudente, paciente, inteligente, una tierna criatura y consideré que el
muchacho era de sentimientos nobles, un honrado caballero. Cortés, gracioso. La
merecía; no como el promiscuo del Conde Paris. Hablé con Romeo, me di cuenta de
que en verdad la amaba, no la quería engatusar. Yo deseaba que con el enlace de
ambos se acabaran esos odios injustificados, rencillas antiguas de las dos
familias. Quería que vinieran tiempos de
paz y amor.
¡Yo
fui quien le dio a mi niña las funestas y falsas noticias de que su esposo
había muerto! ¡Fui yo la que causó todo el daño! El cielo debería dejar caer un
rayo y partirme en mil pedazos ¡Yo dejé caer todo el mal sobre esas dos almas
puras! ¡Dejé que se llenaran de fe y esperanza! ¡Les hice creer que el amor
todo lo soporta y saldrían victoriosos! Dios mío, perdónalos, no los castigues
en el fuego eterno por cometer suicidio. La única causante de su partida fui
yo, por creer en imposible, fue mi mano la que los guio a esa daga y el veneno.
Fueron mis pasos los que llevaron a Mercutio, ese impertinente insensato, pero
amigo fiel de Romeo. Lo defendió de Teobaldo y murió por la espada de mi
príncipe de los gatos, de ese Teobaldo que fue mi mejor amigo, y fue el peso
del secreto lo que obligo a Romeo a vengar a su amigo y derramar la sangre de
su amada Julieta al matar a Teobaldo, su
primo adorado, esa noche cruel.
Intenté
resarcir el mal que causé, intenté convencer a Julieta de aceptar a Paris como
segundo esposo. Ni yo misma creía mi propia hipocresía. Le dije que Romeo desterrado nunca la
reclamaría, que era una suertuda por poder tener una segunda oportunidad con
tan excelente partido. Quise que se engañara sola, pero ella fue más lista que yo,
indudablemente superó a su maestra y me engañó, me hizo creer que se casaría
con el Conde.
¡Yo Soy la única culpable de toda esta desgracia!
Cargué
con todo el peso de sus placeres, de su amor prohibido y su muerte. No me digan
nada yo lo sé bien. Y orille a mi niña al sueño eterno.
Apiádate
de ellos, Dios mío, no los juzgues, no se suicidaron. Fue mi mente la que los
obligó a matarse. Apiádate de mí que tuve que vivir para ver morir a todos los
que he amado.
Mis
días son infortunados, no tengan simpatía por mi alma desgraciada. Mediten sus
actos, jóvenes afortunados, tienen tiempo y vida para mejorar sus destinos.
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