Amigo de Shakespeare
Buenas noches a todos. Mi nombre es Benjamin Jonson, dramaturgo, actor, cronista oficial de Londres, poeta y protegido de la corte del James I y Carlos I. Mi obra más famosa, por referencia obligada y no por juicios de calidad, es Volpone (que, poco favorecido por las traducciones y las épocas, ustedes tradujeron como “El zorro”), la cual estoy seguro que ninguno ha leído verdad? Necedad mía, pretendida fe en los talentos sin disciplina. Y no es que me sorprenda, lo sabía de antemano. ¡Descuiden! No me ofenden, pequeños insensatos. Incluso la de ustedes, o la mía, toda vida tiene algo de provecho. No hay ningún libro, por pobre que sea, que no sea un prodigio. Pero eso sí, pocos son los que consiguen la gloria que mi amigo Shakespeare logró. Si el conocimiento no era una virtud en el buen William (porque de sobra está decir que su dominio del griego y del latín era más bien inexistente), ningún otro tendrá la fórmula creativa que él tuvo y supo compartir en sus obras y en los escenarios. Recuerden: la gente te ve como te ves a ti mismo.
Y bueno, sobre mi modesta
vida…¿que les puedo decir? Me casé con Ann Lewis, un episodio envuelto en la
oscuridad del tiempo que, por la pérdida y la ausencia, no intentaré siquiera
develar. No obstante, la pluma de mi buen amigo Drummond no exagera esa vieja
frase que ejemplificara el carácter de mi esposa: "una fiera, sin embargo
honesta”. Aunque nunca me atreví a dejarla del todo, nuestra distancia
espiritual, y por ende física, fue infranqueable. Jamás congeniamos, menos
después de la pérdida de nuestros hijos. En cuanto a mi carrera como dramaturgo,
el auge de mis obras fue de lo alto a lo bajo, pero no dejen que la aparente
ligereza de este comentario los engañe. A diferencia de ustedes, antes de
llegar a las cuatro décadas de vida, mi obra mereció la gloria y los aplausos.
A la edad de Cristo mi obra Volpone ya me conducía a la fama. Grandes personalidades
de mi tiempo apreciaron mi obra, como la encantadora Elizabeth Sidney, hija de
sir Phillip, que se encargó de introducir la práctica del soneto a la lengua
inglesa, e incluso James y la reina Anna disfrutaron vivamente con mis
mascaradas. Publiqué mis libros con el favor del rey, que muy generosamente me
otorgó una pensión de cien marcos al año, y que años después Carlos aumentaría
a casi doscientos, acompañados de vino, muchos litros de vino para alegrar mi
alma, lo que me convirtió en el primer poeta laureado de Inglaterra.
Desafortunadamente para los grandes talentos, el arte tiene un enemigo
formidable que se llama ignorancia.
Estuve en la prisión de Marshalsea,
por tratar de que no prohibieran mi obra de teatro The Isle of Dogs (la cual coescribí
con Thomas Nashe). También estuve en la prisión de Newgate por matar durante un
duelo al actor Gabriel Spenser, el 22 de septiembre de 1598, en Hogsden Fields,
quien de hecho actuó en mi obra y fue encarcelado junto a mí, un año antes. La
causa del duelo me la llevaré a la tumba, solo diré que el lo inició. Ni
siquiera la ventaja de su espada, más larga que la mía, lo salvó. Pero si me
preguntan, no me arrepiento, el pobre diablo se lo merecía. Y mis
contemporáneos lo sabían. En la cárcel me convertí en católico, ya que me di
cuenta de que la justicia está del lado del que pronuncie más fuerte el nombre
de dios. Sí, fue por conveniencia. Fui puesto en libertad por el beneficio del
clérigo que me “inspiró”. Solo una estratagema legal a través de la cual
obtenía la indulgencia recitando un verso bíblico en latín. Pero todo tiene un
precio, de ordinario material, y perdí el derecho a mis bienes y fui marcado en
el pulgar izquierdo. Pero preferí eso a quedarme en prisión y enfermar a muerte.
Pero no quieren saber solo
de mí, si no de Will. Era un genio, no les quepa la menor duda. Pero su error
era no tener disciplina. Se dice que fui su mejor amigo, eso no lo sé, tendrían
que preguntárselo a él. Lo que sí sé que él no era el mío. ¡No tengo nada en
contra suya, lo quise mucho! Pero, bueno, Will no podía serlo porque éramos dos
genios en colisión, aunque es un hecho que mis conocimientos estaban un poco
por encima de los suyos; además yo necesité siempre a alguien que me ubicara y
ese fue el poeta Drummond de Hawthornden, a quien ya les había mencionado. Él
escribió en sus diarios algunas conversaciones que tuvimos, y me describió de
este modo: “Un gran amante y admirador de sí mismo, y hábil en condenar y
desdeñar a los otros". Ese es el motivo por el que Will jamás podría haber
sido mi verdadero apoyo: él nunca me hubiera dicho mis defectos.
La ambición es como un
torrente: no mira nunca hacia atrás y los dos, tanto Will como yo, éramos
ambiciosos. Vaya, cuán cerca está de ser bueno lo que es hermoso. Pero mi dulce cisne de Avon era problemático e
inestable emocionalmente, y yo solo podía conmigo mismo.
Es un hecho que la
conversación más agradable es aquella de la que no se recuerda nada con
precisión, pero deja una impresión generalmente confortable. Yo recuerdo todo
lo que llegué a hablar con William, pero lo que hablé con Drummond, de no ser
por lo que escribió en sus diarios sobre nuestras conversaciones, no lo
recordaría.
Will, por lo demás, tenía
confianza en sí mismo, y ese el único requisito para las grandes conquistas. Pero los deseos del hombre
aumentan con sus adquisiciones. Y las de mi amigo fueron muchas, tal vez
demasiadas. Nada impide, pese a todo, recordar que William Shakespeare no pertenece a una sola época, sino a la eternidad.
¡Oh, salud, bendición del
rico y riqueza del pobre! ¿Qué precio habrá demasiado caro para comprarte a ti,
sin la cual no es posible ningún goce en este mundo? El corazón es una
herramienta extraordinaria, minuciosa y precisa que, pese a su perfección,
termina por ceder a las inclemencias de la edad. Y mi salud se vio minada
empezando por ese animal enrojecido, que vio su primer fallo cuando contaba
solo con 56 años. ¡Esto es lo último que diré sobre mí! Que sea la honestidad
mi última palabra. Fui enterrado de pie en la Abadía de Westminster, humillado
por la estrechez económica, bajo un sencillo epitafio: O Rare Ben Johnson, lo que
ha promovido entre los fanáticos que mi inclinación religiosa seguía intacta al
final de mis días. Pero nada de eso importa ahora. Me permito callar al hombre en
honor y mejor destino para sus obras.
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