viernes, 24 de agosto de 2018

  Amigo de Shakespeare

 Resultado de imagen para ben jonson

Buenas noches a todos. Mi nombre es Benjamin Jonson, dramaturgo, actor, cronista oficial de Londres, poeta y protegido de la corte del James I y Carlos I. Mi obra más famosa, por referencia obligada y no por juicios de calidad, es Volpone (que, poco favorecido por las traducciones y las épocas, ustedes tradujeron como “El zorro”), la cual estoy seguro  que ninguno ha leído verdad? Necedad mía, pretendida fe en los talentos sin disciplina. Y no es que me sorprenda, lo sabía de antemano. ¡Descuiden! No me ofenden, pequeños insensatos. Incluso la de ustedes, o la mía, toda vida tiene algo de provecho. No hay ningún libro, por pobre que sea, que no sea un prodigio. Pero eso sí, pocos son los que consiguen la gloria que mi amigo Shakespeare logró. Si el conocimiento no era una virtud en el buen William (porque de sobra está decir que su dominio del griego y del latín era más bien inexistente), ningún otro tendrá la fórmula creativa que él tuvo y supo compartir en sus obras y en los escenarios. Recuerden: la gente te ve como te ves a ti mismo.

Y bueno, sobre mi modesta vida…¿que les puedo decir? Me casé con Ann Lewis, un episodio envuelto en la oscuridad del tiempo que, por la pérdida y la ausencia, no intentaré siquiera develar. No obstante, la pluma de mi buen amigo Drummond no exagera esa vieja frase que ejemplificara el carácter de mi esposa: "una fiera, sin embargo honesta”. Aunque nunca me atreví a dejarla del todo, nuestra distancia espiritual, y por ende física, fue infranqueable. Jamás congeniamos, menos después de la pérdida de nuestros hijos. En cuanto a mi carrera como dramaturgo, el auge de mis obras fue de lo alto a lo bajo, pero no dejen que la aparente ligereza de este comentario los engañe. A diferencia de ustedes, antes de llegar a las cuatro décadas de vida, mi obra mereció la gloria y los aplausos. A la edad de Cristo mi obra Volpone ya me conducía a la fama. Grandes personalidades de mi tiempo apreciaron mi obra, como la encantadora Elizabeth Sidney, hija de sir Phillip, que se encargó de introducir la práctica del soneto a la lengua inglesa, e incluso James y la reina Anna disfrutaron vivamente con mis mascaradas. Publiqué mis libros con el favor del rey, que muy generosamente me otorgó una pensión de cien marcos al año, y que años después Carlos aumentaría a casi doscientos, acompañados de vino, muchos litros de vino para alegrar mi alma, lo que me convirtió en el primer poeta laureado de Inglaterra. Desafortunadamente para los grandes talentos, el arte tiene un enemigo formidable que se llama ignorancia.
Estuve en la prisión de Marshalsea, por tratar de que no prohibieran mi obra de teatro The Isle of Dogs (la cual coescribí con Thomas Nashe). También estuve en la prisión de Newgate por matar durante un duelo al actor Gabriel Spenser, el 22 de septiembre de 1598, en Hogsden Fields, quien de hecho actuó en mi obra y fue encarcelado junto a mí, un año antes. La causa del duelo me la llevaré a la tumba, solo diré que el lo inició. Ni siquiera la ventaja de su espada, más larga que la mía, lo salvó. Pero si me preguntan, no me arrepiento, el pobre diablo se lo merecía. Y mis contemporáneos lo sabían. En la cárcel me convertí en católico, ya que me di cuenta de que la justicia está del lado del que pronuncie más fuerte el nombre de dios. Sí, fue por conveniencia. Fui puesto en libertad por el beneficio del clérigo que me “inspiró”. Solo una estratagema legal a través de la cual obtenía la indulgencia recitando un verso bíblico en latín. Pero todo tiene un precio, de ordinario material, y perdí el derecho a mis bienes y fui marcado en el pulgar izquierdo. Pero preferí eso a quedarme en prisión y enfermar a muerte.
Pero no quieren saber solo de mí, si no de Will. Era un genio, no les quepa la menor duda. Pero su error era no tener disciplina. Se dice que fui su mejor amigo, eso no lo sé, tendrían que preguntárselo a él. Lo que sí sé que él no era el mío. ¡No tengo nada en contra suya, lo quise mucho! Pero, bueno, Will no podía serlo porque éramos dos genios en colisión, aunque es un hecho que mis conocimientos estaban un poco por encima de los suyos; además yo necesité siempre a alguien que me ubicara y ese fue el poeta Drummond de Hawthornden, a quien ya les había mencionado. Él escribió en sus diarios algunas conversaciones que tuvimos, y me describió de este modo: “Un gran amante y admirador de sí mismo, y hábil en condenar y desdeñar a los otros". Ese es el motivo por el que Will jamás podría haber sido mi verdadero apoyo: él nunca me hubiera dicho mis defectos.
La ambición es como un torrente: no mira nunca hacia atrás y los dos, tanto Will como yo, éramos ambiciosos. Vaya, cuán cerca está de ser bueno lo que es hermoso. Pero mi dulce cisne de Avon era problemático e inestable emocionalmente, y yo solo podía conmigo mismo.
Es un hecho que la conversación más agradable es aquella de la que no se recuerda nada con precisión, pero deja una impresión generalmente confortable. Yo recuerdo todo lo que llegué a hablar con William, pero lo que hablé con Drummond, de no ser por lo que escribió en sus diarios sobre nuestras conversaciones, no lo recordaría.
Will, por lo demás, tenía confianza en sí mismo, y ese el único requisito para las grandes conquistas. Pero los deseos del hombre aumentan con sus adquisiciones. Y las de mi amigo fueron muchas, tal vez demasiadas. Nada impide, pese a todo, recordar que William Shakespeare no pertenece a una sola época, sino a la eternidad.
¡Oh, salud, bendición del rico y riqueza del pobre! ¿Qué precio habrá demasiado caro para comprarte a ti, sin la cual no es posible ningún goce en este mundo? El corazón es una herramienta extraordinaria, minuciosa y precisa que, pese a su perfección, termina por ceder a las inclemencias de la edad. Y mi salud se vio minada empezando por ese animal enrojecido, que vio su primer fallo cuando contaba solo con 56 años. ¡Esto es lo último que diré sobre mí! Que sea la honestidad mi última palabra. Fui enterrado de pie en la Abadía de Westminster, humillado por la estrechez económica, bajo un sencillo epitafio: O Rare Ben Johnson, lo que ha promovido entre los fanáticos que mi inclinación religiosa seguía intacta al final de mis días. Pero nada de eso importa ahora. Me permito callar al hombre en honor y mejor destino para sus obras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario